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lunes, 19 de septiembre de 2011

Este es un: cuento-breve-cuento

Con Severino, a veces escribimos a cuatro manos, saben cómo es eso. Lo han hecho grandes escritores (Borges y Bioy Casares) porque no lo podemos hacer (mal) nosotros. Procuramos que sean cuentos cortos, no necesariamente microficciones que suelen ser consideradas un subgénero, pero sí breves. No como el famoso "Cuando despertó el dinosaurio estabá allí", de Augusto Monterroso.

 Lo que sucede es que el límite o frontera entre un relato y un cuento corto es borroso, tan borroso que es casi inexistente. Como la frontera entre cuento largo y novela corta, difícil de trazar. En algunos concursos establecen un límite de palabras, pongamos 2.000, no te podés pasar de eso. Pero quién se pone a contar las palabras , cuando uno se larga a escribir casi en automático. Un dilema. Los cuentos son un género muy antiguo, se conserva un corpus importante de cuentos del Antiguo Egipto, que constituye la primera muestra conocida del género. Según Severino, una de las primeras manifestaciones de la lengua castellana es "El conde Lucanor", que reúne 51 cuentos de diferentes orígenes, escritos por el infante Don Juan Manuel en el Siglo XIV. Los mexicanos son especialistas en el relato breve. Y muchos escritores jóvenes de España practican con éxito este difícil género. Por ahora no vamos a publicar el que escribí junto a Severino, no es cuestión de andar opacando a varios contemporáneos muy talentosos que tenemos en el país, como el porteño Matías Capelli. Aquí un ejemplo.

                                             TERCER VENCIMIENTO

Aunque estaba de perfil Salvador la reconoció enseguida, por el pelo.
 Creí que no iba a encontrarte a esta hora, dijo ella mientras con una mano descartaba el sobre que
incluso había llegado a humedecer con la punta de la lengua, y con la otra mano le daba un fajo de billetes sujetado por una horquilla. Lo de las vacaciones. Mirá que no hacía falta. Terminó de decirlo y se dio cuenta de que si seguía hablando esa iba a ser apenas la primera de una escalada de mentiras. Entonces la abrazó. Ante una nueva separación definitiva, apretar los cuerpos, los párpados, la mandíbula, y recostarse así sobre su hombro era el único ejercicio de consuelo que sabía ejecutar. Al resguardo de los cartuchos que se vaciaban cada vez más rápido, y los puentes que explotaban sin siquiera darle tiempo para arrepentirse.
Unas horas más tarde Salvador está en la fila de la caja de la compañía eléctrica. Adelante suyo hay una pelirroja de ropa moderna gastada, la tela negra percudida entre los muslos. Separa unos billetes y guarda el resto, pero enseguida vuelve a sacar el fajo y desprende la horquilla. Hay épocas que suele encontrar por toda la casa esas hebillas tan corrientes y de formas, colores y materiales tan diversos. Sólo lograba diferenciar las que eran de ella si les quedaba prendido algunos de sus largos pelos negros. Cuando éstos le rozaron la comisura de los labios al abrazarla hoy más temprano, frunció las facciones, pero enseguida se distrajo con unos pechos traqueteantes que pasaban más atrás.
Es una pinza metálica de dos patitas idénticas. A una es como si le hubieran dado un golpe de fábrica para comprimirla un poco y marcarle las ondulaciones. Los billetes la dejaron vencida, algo destartalada; quizá todavía pueda sujetar un mechón pero definitivamente no uno o dos cabellos sueltos. La pelirroja pasa al lado suya. ¿Te conozco? Salvador preferiría evitar los ojos y el cuerpo y entonces fija la vista en sus rulos disciplinados y encuentra, en formación paralela, cuatro metales cobrizos de un modelo más robusto, que bien podrían pasar inadvertidos durante días sobre la tela de su sillón. Sos amigo de Félix, ¿no?. Desde un colectivo  en la calle del otro lado del vidrio, una anciana niega con la cabeza en dirección a él. Se sobresalta y dice "bueno, nos vemos". La entrepierna gastada se aleja y la parte trasera de su musculosa sugiere que suele usar mochila. El colectivo avanza y un tipo en moto lo persigue blandiendo una traba de seguridad. Cuando lo alcanza el hierro da de lleno contra la ventanilla del chofer, y ahora son varios los pasajeros que desde arriba reprueban indignados.-

                                                      Matías Capelli

Matías Capelli: (Buenos Aires, 1962).Escritor y periodista. En el 2008, la Editorial Eterna Cadencia editó "Frío en Alaska", su primer libro de cuentos. Es editor de la sección sobre libros y arte de la revista Los Inrockuptibles, edición argentina. Dirigió el documental "El antofagasteño" premiado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Imagen: "Mujer de cabello rojo", pintura de Amedeo Modigliani.

quiquedelucio@gmail.com
Twitter@quiquedelucio

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